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                       | El acuerdo que los sindicatos mayoritarios y el Gobierno acaban de  alcanzar estaba cantado. Sólo los más ciegos, o los más ilusos,  conservaban la esperanza de que esos sindicatos, con su triste  trayectoria de decenios, mantuviesen encendida la llama de la  independencia y de la contestación. Asumamos de buen grado que al menos  las cosas quedan claras, muy claras, a los ojos de quienes han preferido  ignorar la realidad durante meses. 
 Si ya habían tirado por la  borda cualquier ilusión en lo que hace a la vocación progresista --qué  palabra más gastada-- del Gobierno, ahora ya saben a qué atenerse en lo  que se refiere a CCOO y UGT. No parece, en fin, que la fanfarria  retórica que nos acosa, convenientemente endulzada desde los medios de  incomunicación, esté llamada a engañar a nadie: los acuerdos ultimados  responden puntillosamente a los intereses y a las prácticas  empresariales que nos han conducido a un escenario de crisis sistémica.  Sobran los motivos para adelantar, eso sí, que ante la obscena  reaparición de los mismos mecanismos que nos han conducido a la crisis,  vendrán nuevas reformas desreguladoras.
 Me  interesa prestar atención en estas líneas a cuatro instancias que han  quedado mal paradas de resultas del acuerdo que hoy nos ocupa. La  primera de ellas no es otra, claro, que los sindicatos mayoritarios, al  parecer más interesados en mantener saneadas sus cuentas que en  preservar una credibilidad que está bajo mínimos desde hace mucho. No  hay que ir muy lejos para explicar por qué las cúpulas dirigentes de  CCOO y UGT han acatado aquello que siempre han dicho que rechazarían.  Si, por un lado, esos sindicatos son pilares fundamentales del sistema  realmente existente --qué poco sabe al respecto, por cierto, la derecha  ultramontana--, por el otro su dependencia financiera con respecto a las  arcas públicas ha cancelado cualquier horizonte de contestación y  combate . Hay quien se sentirá tentado de agregar, con encomiable  ingenuidad, que los sindicatos han asumido, pese a todo, un ejercicio de  responsabilidad, no en vano han acabado por acatar lo que no les  gustaba para evitar males mayores como los que se derivarían de un  rescate exterior de la economía española. Qué curiosa manera de razonar  es ésta. Por un lado se esquiva que quien profiere la amenaza --el  Gobierno-- es responsable de una tolerancia sin límites con respecto a  intereses privados que tienen en estas horas una clara plasmación: un  formidable retroceso del gasto social orientado a hacer frente a las  secuelas de una especulación desbocada durante años. Por el otro se nos  da a entender, fraudulentamente, que el acuerdo ultimado no implica, a  su manera, lo mismo que lo que acarreará un programa de rescate de la  economía española, por añadidura en modo alguno descartable. ¿Cuánto  dinero se aprestan a recibir, bajo mesa, CCOO y UGT por los servicios  prestados?
 Son muchos los amigos que me reprochan que siga prestando  atención a lo que sucede en IU cuando --dicen-- lo mejor sería pasar  página. Casi tantos como los que, en IU, consideran que tengo una  inquina patológica contra su organización. Si a estas alturas todavía me  interesa lo que sucede en la coalición de izquierdas, ello es así por  una razón sencilla y confesable: creo que en ella hay muchas personas  muy valiosas que merecen otra cosa. A esas personas debo señalarles lo  que en esta hora resulta evidente: IU ha quedado con el culo al aire.  Somos muchos los que avisamos de que CCOO y UGT eran malos compañeros de  viaje. Hoy el argumento sale manifiestamente fortalecido, y no pueden  producir sino estupor los intentos de la dirección de IU en el sentido  de exculpar de lo ocurrido a esos dos sindicatos. En un escenario en el  que los cambios, aparentemente radicales, registrados en la coalición en  los últimos años anunciaban algo nuevo, no cabe sino certificar la  quiebra técnica de un proyecto patético: el encaminado a moderar el  discurso propio con la vista puesta en atraer, desde perspectivas  estrictamente socialdemócratas y vía una escueta defensa de nuestro  maltrecho Estado del bienestar, a segmentos importantes del electorado  socialista con el respaldo más o menos obvio de CCOO y UGT (en la jerga  de Izquierda Unida siguen presentándose, inopinadamente, como "los  sindicatos de clase"). Hace unas semanas escuché cómo una dirigente de  IU señalaba que el acceso de Fernández Toxo a la dirección de CCOO era  un proceso paralelo al representado por la irrupción de Lara en la de  Izquierda Unida. La frase tiene hoy un significado bien distinto de  aquel que invocaba quien la enunciaba... ¿Para cuándo la rebelión de una  militancia de base que con certeza ha visto con estupor cómo IU no  convocaba las manifestaciones de los últimos días contra el pensionazo,  por entender que acarreaban críticas a CCOO y UGT, y en estas horas se  ve en la obligación de dar marcha atrás para de mirar de reojo a quienes  contemplábamos atónitos la futilidad del empeño de una dirección que en  los hechos, y si la razón más elemental se impone, se ha autoinmolado?
 
 Tampoco está en sus mejores horas la pléyade de "economistas  antineoliberales" --qué curioso lenguaje éste, tan sagaz como  encubridor-- que han defendido proyectos diferentes de los avalados por  nuestros gobernantes. No se trata de discutir la honradez ni el talento  de estas gentes. Se trata de preguntarse, eso sí, si no harían bien en  volcar una y otro en provecho de causas más justas. Incapaces de  transcender los conceptos míticos que nacen de su disciplina --y entre  ellos, en lugar singular, el crecimiento y la productividad--, su  respetabilísima defensa de los Estados del bienestar no parece tomar  nota en grado alguno de una crisis ecológica que despunta por todas  partes y que --me temo-- sitúa en el vacío buena parte de sus  reflexiones. No es eso, sin embargo, lo que hoy hace que estos amigos se  encuentren en situación delicada, sino su general respaldo de los  últimos meses --alguna excepción hay, por fortuna-- a las cúpulas de  CCOO y UGT, comúnmente acompañada de sesudas descalificaciones de  quienes, qué menos, invitaban a la cautela.
 Compuestos y sin novia.
 Vaya mi último comentario para dejar constancia de un interés personal:  el de observar cómo algún que otro medio progresista va a lidiar con  los escollos que ha colocado delante de sí mismo. Estoy pensando, en  singular, en el diario Público, que de siempre ha ignorado que existían  otras fuerzas sindicales, y otros discursos, al margen de CCOO y de UGT  ("los sindicatos", en la jerga utilizada por ese periódico). Ahora que  las críticas vertidas por esos medios contra algunos elementos de los  planes económicos del Gobierno, siempre muy ponderadas, ya no cuentan  con el civilizado aval de los sindicatos mayoritarios, ¿se abre en esos  circuitos algún horizonte que no sea la loa unánime de la bondad de  nuestros gobernantes?
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